VorMel...

VorMel...
“Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron Siete Trompetas. Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.” (Apocalipsis8, 2-5) Los nombres de los siete ángeles son Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Jofiel, Shamuel, Zadkiel. En la profecía, nadie habló de VorMel. O bien no es un ángel o bien tiene otra profecía que contar...

martes, 29 de diciembre de 2015

Sherlock Holmes y la francmasonería victoriana

Al hilo de nuestro anterior post, un amable lector de este blog nos ha remitido este artículo publicado originalmente en cadenaser.com y que procedemos a reproducir a continuación (las palabras resaltadas en negrita son mías). Tengan Vds. un Feliz Solsticio de Invierno.

Sherlock Holmes y la francmasonería victoriana

Hablar de la sociedad victoriana de finales del siglo XIX es hablar de la masonería. Su difusión gracias a la expansión económica del imperio británico supuso el caldo de cultivo para que muchos de los grandes protagonistas de la historia de aquella época estuvieran vinculados de una u otra manera a la masonería. Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, no fue una excepción.

La sociedad en la que se desarrollan las aventuras de Holmes (aquella en la que nació, se educó y vivió su autor) tiene una visión del mundo propia. Se trata de un imperio que desde su metrópoli exporta principios éticos mientas importa materias primas. Un código que valora por encima de todo la atemperación en las formas pero el extremo en los principios y las experiencias. Cuyos héroes reales y de ficción se caracterizan por sufrir tormento sin traicionar a sus compañeros manteniendo media sonrisa y sorna flemática. Capaces de arriesgar sus vidas en los fríos polares, las batallas más sangrientas y las selvas más alejadas.. pero llevando su Inglaterra donde vayan, vistiéndose para cenar y desplegando la loza en medio de la sabana para el té de las cinco o el champan en el polo para las celebraciones. Con clase. Con corrección y elegancia.

Mientras otros autores contemporáneos como Kipling fijan su atención en la faceta más aventurera del gran juego en tierras lejanas y exóticas, Conan Doyle representa la aventura cosmopolita y urbanita que se desarrolla en la gran metrópolis desde la que se gobierna el mundo. Y también lo plantea con sus personajes como un gran juego siempre a punto de empezar.

Conan Doyle y la francmasonería

Uno de los rasgos menos conocidos de la personalidad de este autor por el gran público español es su adscripción a la Francmasonería. Desvelar este dato ya es un spoiler en sí mismo respecto a la novela “Sherlock Holmes y el caso del mandil francmasón” así que para todo lo relacionado con este tema me remito a la tesis que en ella sostengo a través de mis personajes. El lector de este texto habrá de dirigirse a ella si quiere saber más sobre este interesante tema. (Nota mía: no he sido capaz de encontrar un enlace a esta tesis, por lo que me disculpo)

La pertenencia a la masonería era para un británico “de pro” en plena época victoriana (en la que el propio príncipe Eduardo era cabeza de la orden) una derivada lógica.

La masonería moderna había nacido en Londres en 1717 y se había extendido rápidamente acompañando al imperio en su crecimiento como parte misma del fenómeno. Curioso ejercicio de laboratorio en el que para huir de la separación de clases se establecían marcadas jerarquías internas, para tratarse con tolerancia de iguales sin la diferencia enfrentadora de las religiones se fijaban rituales y liturgias milimétricos, en el que para salir de la ahogante sociedad victoriana excesivamente formalista y pacata enamorada de sí misma hasta el punto de crear una cierta idealización romántica fantástica y autocomplaciente con sus súbditos, se creaban ambientaciones teatrales y cargadas de un rico simbolismo proveniente del mundo de los obreros y la construcción de las catedrales góticas. Paradoja la de una orden que nace para permitir a sus miembros ejercer el librepensamiento y la ayuda mutua extendiendo por el mundo principios e ideales liberales y que servirá en su devenir a revoluciones burguesas (Francia, Estados Unidos, Sudamérica, Cádiz) pero que termina siendo uno de los mayores símbolos de la época victoriana e imperial.

En aquella época cada pequeña localidad y regimiento por todo el imperio contaba con su propia Logia en la que los hombres departían libremente fuera de las estrictas normas de clase de la sociedad “profana”, convivían socialmente, se relacionaban como iguales, desarrollaban su comunidad, ejercían la caridad y la tolerancia mutua, construían en paralelo su propia individualidad reforzándose entre ellos su visión personal y su sentido de ayuda, fraternidad y hermandad.

Ese rasgo de iniciadora y de vigilante de la pureza de los comienzos hizo que la masonería británica tuviera en su evolución caracteres propios y reconocibles. No es el menor de ellos el elitismo de arrogarse el derecho de dar carta de legalidad (regularidad) a las “verdaderas” masonerías que vayan apareciendo por el mundo. El intento de alejarse ante los poderes políticos, religiosos y económicos, de la visión de revolucionaria que en otros países empezó a tener gracias a las posibilidades que el secretismo de sus juramentos permitía a los conspiradores, también contribuyó a hacer de la masonería de corte inglesa una hermandad más conservadora y volcada en los aspectos menos “sociales” a cambio de ejercer la caridad paternalista de los pudientes que en ella se reunían a modo de club. Otros derroteros siguió la masonería de cortes francés y alemán a partir de aquel momento.

 (Juan Antonio Espeso, maestro masón en la Gran Logia Simbólica Española)

viernes, 11 de diciembre de 2015

Relatos de sangre y misterio, de Arthur Conan Doyle

Los académicos especialistas en literatura gótica no suelen considerar, por lo general, la obra de Arthur Conan Doyle como "gótica" sino que más bien la encasillan en una pre-novela negra, de tramas detectivescas y de misterio.

De la complejidad de considerar a Sir Arthur como escritor gótico ya hablamos en esta entrada:  pero, por otro lado, habría que considerar notables excepciones como "El Sabueso de los Baskerville" y el libro que acabo de terminar, "relatos de sangre y misterio".

 "Pienso" que se trata de una compilación "de editorial" de relatos cortos, es decir, no prevista por Conan Doyle sino que sería alguna editora la que decidiría unirlos en un sólo volumen. Y confieso que, en este punto, he tenido muchas dudas pues, por un lado, la Wikipedia incluye este libro como formando parte de la obra del autor, bajo el título "Tales of terror and mistery", publicado en 1923, pero no así la propia Wikipedia bajo la voz "Arthur Conan Doyle bibliography", donde ni siquiera la nombra en el apartado de relatos cortos (Short story collections). De ahí mi opinión de que sea una "compilación de editorial", además de por el hecho de que, aunque los relatos tienen algo en común (historias de misterio aparentemente inexplicables), sin embargo, se nota que es una compilación "artificial". Pero, como sigo teniendo dudas, si algún amable lector tiene otra información, le agradecería mucho que la compartiera conmigo.

 Las historias que contiene son:
  • El tren especial desaparecido, 
  • El cazador de escarabajos, 
  • El hombre de los relojes, 
  • La caja lacada, 
  • El doctor negro, 
  • El racional del judío, y 
  • La habitación de pesadilla. 
El problema de calificar como "gótica" cualquier obra de Arthur Conan Doyle se debe a que, al final, todo tiene solución racional. Ya puede describir un castillo fantasmal, una abadía en ruinas, un sabueso que surge en el páramo con niebla, un toque de erotismo larvado (o sin larvar), un antiguo manuscrito que su descubrimiento cambiará para siempre la vida de los protagonistas... finalmente, los fantasmas, monstruos o desapariciones tienen una explicación y una explicación muy racional del tipo "dos y dos son cuatro". Es por ello que, insisto, los especialistas en goticismos (esos señores tan serios y tan graves, que deciden qué novelas son góticas y cuáles quedan excluidas de tan selecto club y que, periódicamente son invitados a las Semanas Góticas de Turín, Madrid o de la capital de Benin Dahomey para hablar -al lado de los editores- de sus libros y revistas y que, sin duda, deben ser calificados de "góticos").

¡Pues no señora! Si hay algo que llevo defendiendo en este blog desde el principio es que, salvando una serie de elementos básicos, es uno mismo, atendiendo a las sensaciones que le provoca la novela en cuestión, quién debe decidir sobre su goticidad. No es fácil, pero resulta muy interesante. Y, sobre todo, basta ya de pretender elevar a la novela gótica a los ámbitos universitarios y académicos para darla un pretendido prestigio porque lo gótico, o es popular, o no es. De la aristocracia, señora, nos quedamos únicamente con su estética y sólo si, finalmente, condes duques y barones se alimentan de sangre, pactan con el Diablo, o son presas de una eterna juventud, mientras esconden afanosamente el retrato de su alma.

Pero creo que me he ido un poco del tema... Volviendo a los relatos de sangre y de misterio, ¿por qué sospecho que tienen elementos góticos tan potentes? Pues, sencillamente, porque en el desenvolvimiento de la acción, el magistral Sir Arthur lleva al lector a una situación de misterio, de temor, de "uncunny" (tráeme la rebequita que me la echo por los hombros). Sea por el caserón donde tiene lugar la acción, sea porque en el corazón de Inglaterra la niebla se levanta y el lector parece visualizar como avanza, sea porque inicialmente nuestra razón no ve otra salida que afirmar que el embrollo se debe a un ser fantasmal... sea por lo que sea, estas obritas están impregnadas de goticismo. De acuerdo con que, finalmente, todo tiene una explicación racional, pero es el desarrollo lo que deseo remarcar. ¿Quién dijo que, muchas veces, en la vida lo que importa no es el destino sino el camino?

Algunos echarán de menos un fantasma, vampiro o monstruo espectral pero, como decía Joseph Conrad "la creencia en una fuente sobrenatural del mal no es necesaria; el hombre por sí mismo es capaz de cualquier maldad".

No voy a hacer un resumen de los relatos contenidos en el libro pues, cualquier comentario en ese sentido, podría estropear su lectura. Eso sí, de todos ellos, deseo recomendar especialmente el de "la caja lacada" pues creo que es en el que más fácilmente se puede percibir las notas que antes voy comentando.

Saludos y buen fin de semana.